5.10.11

Ausencia.


 La luz de la televisión se proyectaba por todo el cuarto, creando formas grotescas a su alrededor. Él miraba con desinterés un programa absurdo, de los que echan de madrugada. Parecía no ser consciente de lo que allí sucedía, pero no se sentía con fuerzas de apagarla, sabía que no podría conciliar el sueño hasta avanzada la noche.
 Sorbió un largo trago de su té ya templado y cerró los ojos por unos instantes. Ella odiaba las infusiones. A él en realidad hacia mucho que no le agradaban, pero se las seguía tomando, quizás sólo para hacerla rabiar. 
Miró el cuarto medio en penumbra y se le encogió el estómago. Hacía ya meses que el silencio le mataba, aquel reducido espacio le ahogaba, le quedaba enorme sin ella. La había convencido de que era una revoltosa, de que invadía su espacio y que solo respiraría mucho más tranquilo. Era mentira, en parte fue consciente de ello cuando ella decidió darle ese placer. 
 Tras la abrupta separación siguieron viéndose, cual amantes furtivos, haciéndose rabiar mutuamente. No podían permanecer juntos mucho tiempo sin recurrir a las discusiones de siempre, por lo que los encuentros se fueron sucediendo cada vez menos y fueron más violentos. Con la llegada de septiembre ella hizo las maletas y emprendió viaje.  Una distancia de cientos de kilómetros terminó por no solucionar nada.
 Él vive absorto en un mundo hecho de su ausencia, y ella, en algún lugar vive sabiendo que hace falta entre sus brazos, invadiendo su espacio.